De huerfanos a hijos
Orfandad, era a lo que estábamos destinados por la eternidad. Perdimos nuestro derecho de estar cerca de nuestro Padre celestial para siempre, el pecado nos lo había arrebatado. Esa separación había dejado un vacío profundo que no podíamos llenar, y caminábamos muertos y sin propósito. Nos dirigíamos a un abismo de condenación eterna.
El cielo parecía callar, pero en el silencio surge un plan de rescate, Jesús, el Hijo de Dios irrumpe en las tinieblas de la humanidad con una misión, recuperarnos.
Sus palabras de vida eterna empiezan a resonar en Judea y los quebrantados de corazón encuentran consuelo. Su lugar no está con los sabios y orgullosos legalistas, se le ve caminando rodeado de gente rechazada por la sociedad, cenando con publicanos y prostitutas, todos ellos con algo en común: un corazón arrepentido y una profunda necesidad de salvación. La enfermedad y la muerte huyen despavoridas con su voz, y el viento y el mar le obedecen de la misma forma en la que Él obedece la voz de su Padre a cada paso.
El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.
Lucas 4:18-19
De pronto anuncia que se tiene que ir, y la tristeza se apodera de los corazones de sus discípulos, y aquellos hombres que lo dejaron todo para seguirle empiezan a invadirlo con toda clase de preguntas. Es entonces que él promete prepararles lugar donde él va, y que por él podremos al fin correr al Padre.
Nuestro Jesús, ofrece su vida, recibe latigazos, insultos y humillaciones. Se dirige a la cruz a pagar nuestra deuda de pecado, a destruir la separación entre nosotros y el Padre. De pronto, expira y la tierra se estremece, el infierno cree que ha vencido. Pero algo majestuoso sucede al tercer día, los guardias que vigilan su tumba aterrorizados, observan una explosión de luz al ser removida la piedra de su tumba.
Los oídos terrenales no pudieron oír, pero hubo una canción de victoria en el cielo, y un grito de derrota en el infierno. El hijo de Dios había cumplido con la misión. Había pagado la deuda de pecado del mundo entero con su muerte, y había arrebatado a la humanidad entera de las garras de satanás para devolverla a donde pertenecía, los brazos del Padre.
Y Jesús confirma su victoria con sus propias palabras a María Magdalena, quien llega con especias y perfumes para ungir a su maestro. Y al no encontrarlo llora desconsoladamente, pero de pronto escucha la voz de Jesús llamándola por su nombre, y diciéndole: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Y es así que nuestro PODEROSO JESÚS pide a María anunciar que ahora tenemos un Padre, que ya no somos más huérfanos, que ahora podemos sentarnos junto a Él y al Padre en los lugares celestiales. Que somos coherederos junto con Cristo.
Ve a mis hermanos, y diles: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
Juan 20:17
Pastilla Celestial
No tienes que vivir más en orfandad, Jesús pago el precio y derribó lo que nos separaba de nuestro Padre celestial. No hay razón para que hoy te encuentres lejos del abrazo de Dios, de su amor, su gracia y sus bendiciones. Pídele ahora a Cristo que te lave con su sangre, y corre a tu Padre celestial, Él te espera.
Esta preciosa adoración nos muestra el amor de Dios no se rinde hasta encontrarnos y tenernos en sus brazos ora vez:
Te invitamos a ver el video de esta reflexión en nuestro canal de youtube:
!Una relación filial con el Padre Cristo la recupero, cuando resucito !